Era un mediodía como cualquier otro. La casa de mis abuelos era exactamente como la recordaba. Estábamos todos los integrantes de mi familia materna, comiendo el postre, riendo y charlando, como si el tiempo se hubiera detenido en un instante magnífico y éramos felices.
En determinado momento, mi atención es captada por algo proveniente del exterior. Giro mi cabeza en dirección a la puerta corrediza que funciona conectando la cocina y el diminuto patio, que podía ser divisado por completo desde mi lugar. El parral de uvas que siempre estuvo afuera, seguía allí, seco y sin uvas, pero seguía. Sólo que esta vez, había algo distinto en él.