30.3.17

Llanto con gusto a comida



Me senté a llorar, me senté a comer. Lloré comiendo. Comí llorando. Lloré sentada comiendo. Me ahogué. Escupí el pedazo de papa asfixiante en el tacho de la basura. Con el dorso de la mano me limpié la saliva y los restos de almidón de las comisuras. Me sequé las lágrimas con la misma mano. Total, todo va de lo mismo a lo mismo. Todo es agua, decía papá, cuando me limpiaba con gotas de saliva los restos de comida.

Acomodé las piernas de la manera en que a nadie le gusta que lo haga. Un pie sobre la silla, una rodilla cerca de la pera. Me sostiene. Es como un hombro donde apoyarse. Es huesuda, es pálida y tiene cicatrices de haberme caído de la bicicleta. Sirve para apoyarme a llorar.

Abandoné el plato. Dormí la siesta. Dormí ocho horas. Me levanté cansada. Me desperté como si hacía días que no dormía. Me dolía. Me dolió. Me duele. Me.

Una voz del otro lado del teléfono me dice que no está bien. Unas palabras del otro lado de la pantalla también hacen negativa la respuesta. Yo, tirada sobre la cama, asimilando ese no estar bien y los vecinos cenando en el balcón del frente. Seguro no comen llorando.  No, lo hacen riéndose. También gritan. ¿Es normal gritar comiendo? ¿Es normal llorar comiendo?

Normal es ser tan feliz como dijeron que íbamos a serlo. Alguien me lo había dicho. 
No me acuerdo bien. 
No me acuerdo quién.

3.3.17

Poesía de dedos


"¿Es cierto este desdoblamiento entonces ahora? 
¿Tengo algo acá adentro nomás? 
¿Y si sí, qué? ¿Qué es? ¿Es?
Romina Paula



Los dedos se entrelazan
las manos se calzan
unas en otras
para no despegarse
y surgir volando,
unidas,
en la eternidad
en la finalidad
del tiempo
del alma
del amor
de tu amor
de mí, amor
de nosotros
como personas 
que sienten
que son
que aman
que se dejan llevar.