30.5.17

Tuve un libro


Desde los once años tenía un deseo que me pulsaba la sien, que palpitaba desde el corazón hasta la muñeca, que crecía y crecía cuánto más creía en él. Hoy se hizo realidad. Me pasé al otro bando, a ese bando donde tu nombre figura en un libro. Aunque no sabría si llamarme bando de los escritores, porque no sé bien cuándo se define, cuando se atraviesa esa brecha de lo amateur a lo profesional, del intento al ser, de la modestia al reconocimiento, de la vergüenza de mostrarse al mostrarse completamente.

¿Cuándo se produjo en mi vida?
¿Cuándo le mostré a alguien mis cuadernitos?
¿Cuándo abrí mi primer blog en 2011?
¿Cuándo les conté a mis amigos?
¿Cuándo me leyó mi familia?

Tal vez me falten dos tareas importantes todavía: la de plantar un árbol y tener un hijo.
Para mí me falta sólo una: plantar el árbol o los árboles para reponer todas las hojas que gasté y digo que me falta esa solamente porque, aunque no tenga hijos, que me da la sensación de que tuve un libro. Sí, salió. Se creó, creció, se desarrolló y lo parí. Lo parimos. Otros compañeros y yo. Tuvimos una antología.



¿Cómo se llama? Antuna I.
¿Cuánto pesó? 169 páginas.
¿A quién se parece? Tiene rasgos de todos los padre-madre-autores.
¿Llora mucho? No, sólo quiere más amigos lectores.
¿Querés uno? Te podés contactar conmigo vía mail a marti.giacoboni@gmail.com o a cualquiera de las redes sociales que figuran ahí arriba, en el encabezado. Podemos arreglar el envío o la entrega a domicilio.

 



Fragmento de Señor Gato
“Busqué el perfume de Natalia y eché unas gotitas sobre la almohada. Trato de economizar su uso. No es que me daría vergüenza comprar otro igual, pero ese perfume ya no sería su perfume; las manos de ella jamás tocarían el nuevo frasco. Sería un frasco lleno de perfume y vacío de contenido.


Lo devolví a su lugar. Prendí el ventilador de techo, me hice una bola en la cama, acomodé más o menos la sábana y me tapé hasta la cabeza, dejando solo un pie afuera y un huequito para respirar. Sentí al gato acurrucándose entre mis piernas y el borde. Sentí mi aliento a nicotina. Sentí el olor a Natalia invadiendo mis sentidos. Sentí el vacío en el otro costado de la cama. Sentí el llanto llegando para quedarse. Y cuando en el reloj fueron las cuatro y cinco de la mañana, logré conciliar el sueño pensando en ella, sintiendo su olor de vida, no su olor de hospital, de enfermedad.”