3.11.19

Hamburguesas

Paso el puestito de hamburguesas de la estación de trenes y el olor rico, el olor a un pasado de papilas gustativas llenas, me hace flaquear, me hace pensar que mi vegetarianismo podría quedarse en stand by un ratito; y no puedo dejar de pensar al mismo tiempo en esos corderitos peludos que se van a morir, en los terneritos que lloran, en todos chanchitos rosados que vi frizar y desfrizar para año nuevo, en todos los conejos que nunca quise probar porque el conejo me era tierno, propio, cercano y suavecito, casi como comerme un perrito o un gatito. Y me pregunto qué hay de natural y qué de artificial en toda esta construcción semi-empática que hace un tiempo me llevó a dejar de comer cosas que sangran (y es semi porque el pescado me sigue gustando, lo sigo extrañando, y no puedo dejarlo del todo). 
Me cuesta quizás porque recuerdo todos esos veranos de ignorancia en alguna playa de Brasil donde en ese Brasil no habían Bolsonaros ni Marielles Francos muertas, y yo ni sabía qué era la derecha o la izquierda, y me gustaba la arena, el mar y el sol y no me cuestionaba cada paso que daba ni cada cosa que tragaba. Pienso en qué es lo que tendrá todo esto de saber que algo mal estamos haciendo y no poder vivir en paz, sin dejar de pensar en esta injusticia o en aquella otra, en no poder dejar de desenrollar hilos en la mente que no sé si algún día servirán para algo. Capaz el pescado me representa el deseo a querer regresar a ese Brasil de mi ignorancia, a esa frescura de vivir siempre en una burbuja de protección fresca y acolchonada, que no dejaba chocarme con ninguna noticia horrible, o que hacía que las noticias horribles ni me importaran porque yo estaba mega ocupada en Nick Jonas o en las novelitas de Blogger, o en las estrellitas que caían del puntero, o en el Msn. No sé cuándo fue el impacto, no sé cuando sucedió eso de querer dejar de tragar cualquier cosa, sangrara o no.