Nadar para vivir

Nadar. Me encanta nadar. Pienso que algún día, no muy lejano al presente, me van a surgir las branquias, voy a despertar en la mañana y tocándome los laterales del cuello van a estar ahí, en forma de tres diminutas hendiduras en la piel. Pero no me gusta nadar solo por recreación. Me encanta estar donde los peces y que el silencio reine porque la presión del agua oprime mis tímpanos. Todo es mutismo salvo por ese constante toc toc toc que hace de banda sonora aquí abajo, sin embargo lo disfruto.

Me gusta también cerrar los ojos y contemplar como mi cuerpo es sostenido por un montón de materia transparente e increíble, es indescriptible: me rodea, me abraza y no deja que tenga frío. También me gusta exhalar burbujas y sentir como me acarician la cara cuando suben a la superficie que no veo, para extinguirse allí, en el aire, que es de lo que están hechas. No puedo subir hacia donde se van esas burbujas porque algo me tiene aquí abajo, bien sujeto. Deja que me mueva lo suficiente, se expande y se contrae a mi antojo pero aún así, no puedo alejarme demasiado.

Nadando pensé lo que estás leyendo y alguien lo bajó a una página con dibujos extraños que forman filas horizontales, porque el universo se conforma de casualidades que se convierten siempre en causalidades. De todas maneras no podía escribirlo, se me iban a mojar las hojas, por eso necesitaba un tercero que funcione de intermediario. Toda el agua aquí es transparente y no está fría. Los rayos de luz atraviesan su superficie y llegan al fondo, bien hondo, iluminando toda la increíble vida que cabe aquí, en el universo acuático, poco conocido por los humanos. Y eso que ahora hay luz, porque de noche, salen todas las criaturas que mi imaginación puede crear, de todas las formas, colores y cantidad de dientes que quiero. Se comen entre ellas, porque así se supone que son las cosas en el mundo animal, se arreglan comiéndose.

Los animales no parecen notarme, lo cual es muy conveniente, porque supongo que si me notaran con esta piel casi transparente, querrían comerme, ¿no? Nadie me molesta y nadie me quiere comer, porque no soy específicamente animal. Tampoco necesito ganar ninguna lucha para poder comer porque por alguna extraña razón, nunca tengo hambre y mi estómago está siempre lleno.  

Muy de vez en cuando, cuando el incesante toc toc toc me deja oír algo más, escucho voces que supongo, vienen de la superficie, de allí afuera. Creo que son humanas porque todos los seres que viven aquí abajo no hablan ese idioma. Hacen ruidos extraños y se entienden entre ellos, pero no hablan así. Es raro, y deben mover mucho la boca para hacer salir esos sonidos, lo que sea que hacen. De todos modos, no importa demasiado, porque esos ruidos nunca llegan a ser entendibles y tampoco me afectan, así que cuando los escucho, sigo nadando y acariciando animales en el lomo.

Hoy desperté porque el nivel de agua había bajado y un rayo de luz iluminaba directamente mi cara. Descubrí que a unos metros de donde me encontraba yo, había un extraño hoyo en la arena. Me acerqué para verlo bien. Tenía que observar, era un cambio, algo nuevo. Traté de dejar de flotar en el agua e hice fuerza para sentarme cerca del pozo, pero no tan cerca, me asustaba. Era un hoyo que parecía un espejo. Quise tocarlo, y cuando acerqué un poco la mano, me succionó. Todo se volvió negro hasta que sentí la imperiosa necesidad de respirar oxígeno, real oxígeno. Logré divisar un rayito de luz en una esquina y nadé hacia allí. Lo que no me dejaba llegar tan lejos, ahora había desaparecido.

Cuando llegué, tomé la inspiración más profunda de toda mi vida y todo lo que creía saber, ya lo olvidé. ¿Dónde estoy y quién es esta humana que me sostiene y me mira con cara de buenos amigos llenándome de besos? Por ninguna razón en particular, empiezo a llorar y me doy cuenta de que, en realidad, esto es la vida.