6.7.22

Gato, macho, bebé

 Algo se le movía adentro pero no sabía qué. Era como si le estuvieran tironeando los órganos desde el centro del cuerpo hacia afuera. A veces sentía dolor y otras veces era como si se le rompieran todos los huesos al mismo tiempo. Por suerte esas veces eran las menos, y duraban sólo unos segundos que bastaban para dejarla tirada en la cama lo que restaba del día. Pero un día, hubo un día en que los huesos se le rompían una y otra vez, una y otra vez, y se acostaba, y caminaba, y se sentaba pero no había forma de calmar el crujido interno. Parecía que se le iba a partir el cuerpo en dos. Llamó a la madre, a la hermana, a la vecina. Ese día nadie atendió el teléfono. Llegó un momento en que ya no pudo caminar porque había algo que imposibilitaba que sus piernas se movieran como normalmente lo hacían. Había algo en el medio, que se interponía entre sus caderas y que le quitaba el aire cada vez más seguido. Se sentó en el piso del baño y no sabía si las lágrimas eran lo que le estaban nublando la visión, pero después la mente se le nubló también y por los ojos empezó a ver estrellitas y destellos. Acabó desmayándose, eso igual lo sabría después porque para ella sólo estaba dormitando tranquila en el piso helado. Estaba bañada en transpiración, y un charco entre sus piernas la despertó. Le dieron náuseas entonces no abrió los ojos para evitar que un vómito caliente empezara a salir sin control. Se quedó con la cabeza apoyada en los azulejos esperando, hablando sola, rezándole no sabe a quién para que alguna de las mujeres que conocía viniera a ayudarla. A ningún hombre llamó, ni a las emergencias médicas, ni a la policía, ni a ninguna fuerza externa porque eran todos hombres y todos esos hombres iban a entrar en su casa, la iban a tocar, le iban a hablar, la iban a enloquecer. Se dijo que su madre ya vendría, supuso que estaría demorada comprando cosas, o hablando con sus conocidas en el barrio que no eran pocas. 

Cuando abrió los ojos vio todo rojo. Sus piernas, sus pies, el piso y la bañera, todo estaba teñido de rojo, y más allá se convertía un poco en rosa porque la transpiración aguaba todo eso que le salía de adentro. Y entonces sucedió. Le vino un dolor que le pareció tan ajeno y extraño que ni los gritos que escupió calmaron, su cuerpo se estaba partiendo en dos, y desde entre sus piernas salía algo tan viscoso que sus manos se quedaban pegadas cuando lo tocaba. No quería mirar, no quería mirar, no quería mirar. Pero miró. Y vió que un montón de pelos salían, no eran sus pelos, eran pelos de otra cosa. Y después de los pelos salió una frente, unos ojos, una nariz y una boca. La boca muy abierta hizo algo parecido a un maullido pero lo que le salía de adentro no era un gato y tampoco le parecía humano. Era como un alien cubierto de un líquido con olor a lavandina. Y después salieron los hombros del alienígena, que le causaron tanto dolor que el resto del dolor le pareció imposible. Una vez que los hombros estaban afuera, el resto del cuerpo del bicho salió expulsado en menos de un segundo. Ella cerró y abrió los ojos varias veces para preguntarle a su mente si lo que estaba viendo era cierto. El charco de sangre era aún más grande que hacía un rato. Y entonces el alien era un varón, y era un bebé, y lloró. 


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