Aquella
mañana hacía tanto calor que la tierra estaba al borde de calcinarse, con los
rayos de sol funcionando como fósforos gigantes. Había sudor por todos los
cuerpos y las paredes quemaban al tocarlas. Mamá me había puesto ropa que
dejaba libres la mayor parte de mis extremidades, me empapó en protector solar
con el factor más alto y me peinó con una cola de caballo, bien alta y tan
tirante que me achinaba la expresión. La crema me causaba una picazón
insoportable en los ojos pero nunca me quejé, percibía su preocupación y la
tensión en el ambiente. Rellenó varias botellas con agua helada y nos fuimos de
casa para enterarnos de lo que nos esperaba el resto de nuestra vida. Ella no dijo
ni una sola palabra durante las cuadras que separaban nuestra casa del Centro
de Revelaciones del Tiempo.